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Mística y estética - Crítica de Arte a Eddie Mosler por Antonio Leyva

En ocasiones, y en esta excepcionalidad es que hemos de situar la propuesta estética de Eddie Mosler, esa ilusión óptica que entendemos como obra de arte, además de ser una fantasía que nos encandila, cuando nos encandila y no es una más de las subespecies con que trafica la industria de la cultura, con la intervención de factores cuya naturaleza escapa a la comprensión racional pero que han sido estudiados por la neurociencia casi hasta la extenuación, se convierte en un hecho trascendente y vital que pone a nuestro alcance un venero inagotable de sensaciones y estímulos que no solo alivian lo áspero de nuestra cotidianidad, tan decisivamente predeterminada por las imposiciones del grupo al que pertenecemos en el que confundir la humildad con la resignación, la melancolía con el aburrimiento, lo que está en reposo con lo agarrotado y la tradición con prejuicio es una norma de conducta, sino que activan nuestra imaginación y enriquecen todas nuestras capacidades, aunque no las hallamos adiestrado con las adquisiciones, digamos culturales, que pudimos atesorar a lo largo de nuestra vida.

Ni esos condicionantes ni las coacciones con que se nos imponen, han podido evitar que el hombre, dotado por la naturaleza sólo para vivir en un improrrogable periodo de tiempo pero que se comporta como si habitara en la eternidad sin hacer caso alguno a la desbastadora acción del tempo y acumulando todo lo acumulable, incluso hurtándoselo a los otros, pero que posee muy estimables cualidades, tal tan elocuentemente proclama el discurrir de la historia, se entregara al disfrute de esa inutilidad que es el arte por cuanto no satisface necesidad práctica alguna, para hacer tolerables su existencia.

Desde el neolítico en que empezó a pulimentar la piedra hasta la Edad Media en que aprendió lo peligroso que es utilizar el libre albedrío y desde aquí a nuestra era de la estadística y la robotización en la que se acostumbró a prescindir de él y dejarse llevar por los consejos de la unanimidad, el humano, a pesar progresivo deterioro que acusan aquellas capacidades tal viene a demostrar el hecho de que tras siglos de existencia aún no halla encontrado otro procedimiento, que el hacer uso de la barbarie y de la violencia para resolver sus desacuerdos con los de su misma especie, ha cesado en su empeño de practicarlo con cuanto estuvo a su alcance. A veces para embellecer su doméstica cotidianidad y otras, las menos, para saber algo más de los que sabe de su yo y del yo de los otros y salvarse, singularizando el suyo y ayudando a que el del otro se singularice, de la empobrecedora uniformidad en que debe discurrir su vida.

Estas generalidades, preguntas al que nos hizo como nos hizo y a lo que nos hizo como somos que exigen la más racional de las respuestas, no responden a otro propósito que el de fundamentar, sin las especulativas vaguedades con que se suele salir del paso al tratar de cuestiones con el arte relacionadas, la obra de este pintor, nacido en la ecuatoriana ciudad de Quito en 1975, resiente en Guayaquil y, pese a sus no muchos años de existencia, con un muy extenso historial curricular tanto en su país y otros de la América Latina, Panamá, Colombia o Perú, como en los Estados Unidos del norte de su continente, en Inglaterra y en España, donde en las galerías Abel y Gaudí de Madrid mostrara sus obras en el año 2002

Su ideario estético, si sustentado básicamente en el simbolismo de la forma, configuración, contorno y estructura que esta es su definición, se articula en torno a las consideraciones que se contienen en las circunvalaciones anteriores, de donde se deriva que debemos entender sus cuadros como respuestas a preguntas que él a sí mismo se formula empujado por las insatisfacciones que le produjeron las que pusieron a su disposición los libros de filosofía del arte y también los de historia, los que se ocupan de la antropología y los llamados sagrados, que se guardan en las más altas e inaccesibles estanterías de las bibliotecas.

De aquí su constancia en perennizar con imágenes duraderas su paso por este mundo para que los que lleguen después sepan que existió y cómo resolvió su existencia y de aquí también las arrebatadas o sosegadas cadencias cromáticas con que, conturbado por la realidad visible o mirando la placidez de los cielos, dinamiza los espacios; la valoración del color como significación y como elemento significante; ese mesiánico misticismo que le lleva, según sus propias palabras, a entender el tiempo como un eterno presente cuyo centro gravitatorio es él mismo por cuanto instrumento del universo al servicio de la gente y que su obra nos parezca que no proviene de ninguna suerte de teórica preconcepción asumida, sino que bien puede ser entendida como conclusión de un proceso de síntesis y eliminación de lo accesorio o circunstancial, por lo que sabemos arduo tanto como gratificante, lo que le condujo no solo a prescindir de cualquier referencia a la figura humana y la geometría constructiva del entorno, abstrayendo sus componentes hasta hacerlas desaparecer, sino, tocando fondo para no defraudar el cósmico misticismo redentor y primario que define su personalidad, prestar atención, más que a la técnica de los procedimientos, en cómo hacer del cuadro un instrumento contra la pasividad y la indiferencia en el que las categorías estéticas, pese a la importancia que dio a su aprendizaje, tienen un papel secundario porque lo que verdaderamente propone es, con un lenguaje esencial del que ha eliminado el discurso y la reiteración, hacerlo portador de emociones y sentimientos para darle utilidad a su tan consensuada inutilidad.



 

Antonio Leyva

De las Asociaciones Española e Internacional de Críticos de Arte

Madrid, Agosto de 2018

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